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Cultural

Lina Meruane: “los gobiernos de derecha no quieren una ciudadanía crítica y pensante”

La escritora chilena de ascendencia palestina radicada en Nueva York conversó con nosotros acerca del estado de la cultura, la censura y la religión en el mundo. Comparamos realidades entre Chile y Perú.

Lina Meruane, escritora y docente chilena. Foto: difusión
Lina Meruane, escritora y docente chilena. Foto: difusión

Lina Meruane (Santiago de Chile, 1970) es profesora de Escritura Creativa, Literatura y Cultura Hispanoamericanas en la Universidad de Nueva York. Sus novelas, cuentos y ensayos han ganado distinciones tan prestigiosas como la beca Guggenheim y los premios Anna Seghers, Sor Juana Inés de la Cruz e Iberoamericano de Letras José Donoso. Es hija de médicos y se nota en su obra. ¿Qué vínculo encuentras entre la literatura y la medicina?, le digo. Creo que es una tradición que se olvida con frecuencia y que tú tratas…

Con bastante intensidad… A ver, si la pregunta fuera para Borges, seguro te armaría toda una estirpe de sus predecesores. Yo no pienso así. No me pienso descendiente de una línea en particular y menos tan antigua. Lo que te puedo decir —habiendo estudiado mucho este tema— es que la medicina antiguamente era básicamente especulativa. También había ficciones sobre el cuerpo en la medida que la Ciencia no estaba tan desarrollada y permitía un espacio muy grande de especulación. Cuando pienso en Aristóteles afirmando que el útero de las mujeres viajaba a través del cuerpo y que por eso las mujeres eran tan nerviosas o sufrían tantos desórdenes, pienso que este es un gran relato. Muy misógino, claro, un relato que utiliza la misoginia para justificar la medicina, pero que finalmente es un relato que, si pusiésemos por escrito, sería un relato de literatura fantástica. Toda esta especulación de la medicina tiene que ver con un relato del cuerpo como dispositivo de ficciones que justifican ciertas ideas de épocas. Eso me parece súper interesante. No creo que sea la situación actual. Pienso que la especulación sobre el cuerpo ha disminuido en tanto el conocimiento ha aumentado. La disponibilidad de este por las redes ha hecho que todo el mundo se haga más consciente de su cuerpo, y que tengamos un gran interés por pensar el cuerpo. O, por lo menos, eso me pasa a mí. Yo no tengo el cartón, pero, por mi familia, me siento muy cercana al lenguaje médico. Me parece posible de poetizar y es lo que he intentado hacer: pensar ese lenguaje como estético y, por otro lado, analizar cómo opera la institución médica los cuerpos, principalmente de las mujeres. En toda mi obra hay esa doble preocupación: estética por el lenguaje y política por la preocupación por la medicina como disciplinadora de los cuerpos. En el libro de cuentos que acabo de publicar, Avidez, aparece nuevamente este tema.

Con lo de Aristóteles me hiciste pensar en Maurice Maerterlinck, quien escribió estos libros sobre las abejas y otros insectos supuestamente científicos.

No conozco esos, pero Los ciegos es maravillosa…

Eran supuestamente científicos… Hoy se venden como literatura, porque habla de supuestos de las abejas que hoy sabemos que no tienen. Es interesante como ciertos textos sobreviven a través de esta transformación. Pensaba también en el naturalismo francés —en Zola principalmente—, que se ve fuertemente influenciado por el darwinismo social de Spencer, el positivismo de Comte y La Médecine expérimentale de Claude Bernard, para crear una novela que intente aplicar un método científico de observación de la sociedad para determinar las conductas del ser humano a través de cuestiones genéticas. ¿Tú aún crees que la pregunta del médico y la del escritor tienen algo en común?

Tengo que darte una respuesta un poco por el lado… Tú has hecho una reflexión sobre estos temas que claramente yo no. Pienso que la mirada de Zola tiene mucho que ver con su pensamiento determinista: dependiendo de lo que tiene ese cuerpo se dirige su vida. Es un pensamiento muy especulativo y problemático. Está cargado de biología y es muy misarabilista. Ahí lo que hay de nuevo es una utilización de la mirada sobre el cuerpo para justificar una ideología. En este caso, una manera de pensar la pobreza o el lugar de origen. Hay esos problemas. Es una cuestión que le interesó mucho a Susan Sontag. Tiene esos libro que realmente marcan época: La enfermedad y sus metáforas, y luego El sida y sus metáforas, diez años después. Cuando ella observa cómo se ha escrito el cuerpo, concluye se le ha metaforizado de manera negativa. Es decir, que se ha hecho una lectura del cuerpo que siempre termina culpando al enfermo, o asociando el cuerpo con la clase social o con la rareza sexual. Esas metáforas negativas han permitido dejar al enfermo como un marginado de la sociedad. La enfermedad termina teniendo un componente físico, otro social y otro moral. Esa idea de Sontag fue un poco criticada porque se le dijo que siempre hablábamos en metáfora, pero ella respondió con que sí, pero que estas metáforas pueden ser negativas o positivas, y pueden estigmatizar o liberar de estigmas. Lo que yo he pensado para mi trabajo es intentar mirar el cuerpo desde su materialidad. Por supuesto, hay mucha metáfora en mis novelas también, pero la materialidad me permite sacar lo que a mí me interesa e interpelarlo con todas estas lecturas.

Bueno, yo me atrevería a decir que no solo el enfermo ha sido visto como algo negativo, sino el cuerpo mismo en general.

Y el de las mujeres en particular…

Sí. La religión se ha ocupado de ello bastante. La dimensión de lo corpóreo es lo equivocado, lo pecador. “La carne es débil”. La religión y la Ciencia se han ocupado de negativizar las dimensiones sexuales, animales o no racionales...

Son disciplinarios. Eso me interesa mucho de Michel Foucault. Dice que el poder no se ejerce en forma vertical del poder al ciudadano, sino que está acompañado por todos los discursos de todas las instituciones que acompañan al poder: la Iglesia, la familia, la educación… Todo eso va marcando una serie de ideas que normalizamos y que luego nos cuesta mucho deconstruir.

Dejando el tema de la medicina de lado, siempre me ha interesado —y no sé qué tanto conozcas tú de clases sociales peruanas— el vínculo de la cultura y las humanidades, con las clases altas. No sé cómo sea en Chile, pero en Perú las clases altas se han alejado mucho de la cultura y no mantienen valores como los que los llevarían a aceptar una derrota en las elecciones de su candidato y evitar hacer el ridículo construyendo la ficción de un fraude electoral, algo que en Chile no sucede…

Por ahora…

Ahora, me da la impresión que la derecha chilena —que creo puede ser mucho más dura que la peruana— aún mantiene un interés por educarse y respetar ciertos principios y códigos. Eso no sucede aquí y yo sospecho que se debe a que la clase alta reconoció que no necesitaba estar educada y no tenía que estar dentro de la política para que sus intereses fueran priorizados. Bastaba con un sueldo o una serie de “generosidades” para que los demás se ocupen por ellos. La corrupción del sistema eliminó la necesidad de las clases altas de vincularse con la educación, cultura o las humanidades.

Me va a costar hacer esa comparación porque para comparar hay que conocer bien. Entonces, sería un poco arriesgado hacerlo. Esto que describes en el Perú me parece que lo vemos en todas partes. Puntualmente, en Estados Unidos. En otros lugares, hay un intento por devaluar las instituciones que compensan el poder Ejecutivo, o los sistemas electorales y leyes que se preocupan de vigilar que la gente en el poder haga lo que tiene que hacer. Debilitan el poder judicial, las instituciones que llevan las elecciones… La derecha lo usa aquí o allá. Yo no puedo decir que la derecha chilena —y sobre todo la ultraderecha chilena— no vaya a usar ese mecanismo, porque está funcionando. No sé qué irá a pasar en las próximas elecciones. Siempre son momentos de mucha incertidumbre, pero yo no me atrevería a afirmar que la ultraderecha no está aprendiendo las lecciones de los países vecinos y, principalmente, de Estados Unidos, en donde es muy posible que regrese Trump a pesar de todo lo que pasó… Es gravísimo.

Por otro lado, el tema de la cultura. Siempre me preguntan si no tengo miedo a ser censurada en Chile. Digo que no, porque creo que la gente que está en el poder en Chile simplemente no lee. Siempre lo digo un poco en broma, pero ‘cómo me van a censurar si ni siquiera me leen…’ Cada vez el mundo de la cultura —al tener menos rating y menos prestigio— tiene menos impacto en lo político. Aún así, yo sí pienso que el mundo de la cultura en Chile —sobre todo, en este período tan extraño de pasar de un proyecto constitucional muy progresista a justo lo contrario— ejerce la mayor resistencia a lo que está sucediendo.

¿Tiene espacio mediático? Aquí antes lo tenía: los escritores iban a la televisión, hablaban en la radio, teníamos programas y suplementos culturales… Hoy ya no existe eso…

Lo mismo pasa en Chile. Hoy miro cuánto espacio hay en la prensa para la cultura a comparación y te diría que se disminuyó a la mitad. En prensa escrita, aún más.

Pero todavía hay…

Hay un poco, pero, por ejemplo, ya no queda ningún suplemento cultural de los que teníamos en todos los periódicos. Lo que puede quedar es una página o media en algún periódico. Las radios, los blogs y los podcasts suelen tener un poco más de espacio. Esa disminución radical en los medios tradicionales se ha compensado un poquito con la aparición de estos otros medios, que son más precarios y efímeros, pero ahí están. Yo acabo de estar haciendo prensa en Chile por Avidez y en la radio, por ejemplo, he estado hablando bastante. Sobre todo, por el tema palestino. El espacio prestigio y tradicional ya no es, pero es verdad que todo ha cambiado mucho. Es difícil evaluar con el ojo del presente.

¿Tú a qué crees que se debe esa reducción general?

Yo creo que hay una idea común de que la educación en cultura genera una ciudadanía crítica y la quieren desaparecer. En el último estallido social, hay esta metáfora de que la policía militarizada del gobierno inmediatamente fue a disparar a los ojos de la gente. Esta metáfora me parece muy elocuente: ‘no te voy a dejar leer lo que está pasando. ¿Tú te crees que eres un ciudadano y puedes darte cuenta de lo que sucede? Pues no: te voy a cegar’. Esa metáfora me pareció bien marcadora de un momento. Creo que sobre todo los gobiernos de derecha no quieren una ciudadanía crítica y pensante. Y la cultura lo que hace es precisamente educar en una mirada más crítica y abierta…

Yo no lo reduciría a la derecha. Quizás esta sea más evidente, pero la izquierda desde la corrección política y el progresismo busca lo mismo. Quien piense distinto a su discurso es inaceptable y condenado. Basta cuestionar su agenda e ideas para ser objeto de anulación social. En Estados Unidos es tremendo.

Yo lo veo mucho como profesora allá. Es muy difícil. Lo que veo es que —volviendo un poco al medioevo— la derecha prohíbe los libros. No es que mi hijo no lo va a leer, sino que no lo va a leer nadie. Mis estudiantes me dicen ‘qué bueno poder leer esto en la universidad, porque en el colegio los padres dictaban qué se podía leer y qué no’. Ese discurso de la derecha es muy antiguo: quemar, anular y prohibir libros. La izquierda lo que hace es higienizar. Es decir, cambiar las palabras. Lo cual es igualmente muy peligroso y es un lugar donde se tocan ambos extremos.

Incluso es más peligroso porque higienizar es discreto…

Porque no nos damos cuenta…

Claro. Cuando la derecha prohíbe es evidente y uno puede enfrentarse. Cuando la izquierda higieniza el libro ni siquiera uno tiene por qué saber que el libro está higienizado. ¿Cómo saberlo? Si no lo sabes, no lo sabes…

Por eso aparecen los escándalos de cómo le vamos a quitar a Huckleberry Finn de Mark Twain la palabra nigger, que es una palabra de época. Además, siendo Twain abolicionista, y usando esa palabra para presentar un sentimiento de época —criticable para él, pero existente—. Lo que me dijo una estudiante afroamericana es que quitar esa palabra en realidad es eliminar el porqué de los reclamos. Si eso desparece del lenguaje, parecerá que las quejas son acerca de algo inexistente. Borrar la historia significa borrar los motivos y operaciones del presente. Al estar siniestramente ocultas, ¿de qué se quejan?, sería la pregunta… Se termina construyendo un presente como si todo estuviese OK y eso no es así. Eso mismo sucede con las mujeres y con muchos grupos sociales. Se les está negando el derecho a queja porque se les están borrando los motivos históricos. Ahí me parece que es igualmente peligroso y te doy toda la razón con que la izquierda está operando de una manera muy censuradora.

Vayamos por el tema que te debe tener cansada… Me parece muy lindo tu relato de regreso al origen. La vuelta a un sitio del que supuestamente no eres, pero resulta que eres. Reconstruir esa historia de la que vienes a través de la vuelta a ese territorio ya lejano.

Yo antes no había pensado en volver, pero sí tuve la curiosidad. Lo que me pasó con Palestina en pedazos —que incluye varios textos y que aún pienso como un proyecto en curso e inacabado— es que es un tema que no deja de plantearme preguntas.

Bueno, es un tema del que me cuesta pronunciarme. Para empezar, todo está estructurado bajo un sistema religioso del cual no formo parte. No soy religioso. No entiendo la religión más que teóricamente, no la experimento. Mi máxima experimentación ha sido escuchar góspel en Harlem…

Claro, no puedes sintonizar…

Exacto. Para mí sería muy absurdo caer en el ‘son dos locos peleándose’, porque eso sería asumir que entiendo algo que no entiendo…

Es que tú está pensando la religión solo como una cuestión emocional, pero hay que recordar —como tú mismo lo decías antes— que es un discurso ideológico. La ideología sionista es una ideología de toma de territorio. Lo que se está peleando es la toma de territorio. El territorio tomado por “el pueblo escogido por Dios, Javé”. Territorio que incluye, incluso, para algunos radicales hasta Jordania. El tema territorial está amparado por la ideología sionista. Las religiones movilizan emociones, pero son aparatos ideológicos.

Yo entiendo eso. Lo que creo es que para que yo pueda entrar a ese juego del lenguaje necesito tener un vínculo emocional con eso. Tú me dices eso ahora y a mí ese discurso me parece un disparate. Yo no puedo entender que alguien pueda legitimarlo o que alguien se pueda sentir representado por eso. Pero creo que si no lo entiendo es porque no tengo ningún vínculo. A lo mejor si lo tuviese, lo entendería. Desde mi subjetividad, me parece un disparate.

A mí también. Yo soy atea. Soy formada culturalmente cristiana, porque esa es la migración árabe que llegó a Chile. La mayoría de mis valores —los mejores principalmente— vienen de ahí. Pero soy atea y pienso la religión como un aparato ideológico y también como una ficción, puesto que es un relato. De hecho, la Biblia es un relato muy alucinante.

No la he leído. Muero de ganas…

Yo no me había metido y aluciné con la violencia, por ejemplo.

Bueno, con el rol de la mujer en la Biblia. Cada vez que hay un problema es por la mujer, que traiciona, que se ve tentada, que da la vuelta, que tentó al otro… Es lo mismo una y otra vez. Lo poco que conozco muestra eso: a la mujer como el camino a la perdición del hombre.

Y la historia de Job, cuando vienen sus vecinos de Sodoma y Gomorra a decirle que esa persona que él recibió en su casa debe serles entregada para violarla. Y él dice que no porque esa visita podría ser un ángel. Entonces, les ofrece a su hija en vez de ese hombre. Es súper fuerte la idea de la mujer…

Periodista cultural. Egresado de la Facultad de Humanidades con mención en Estudios Latinoamericanos en la Pontificia Universidad Católica del Perú. En 2022, publicó el libro de cuentos Impresiones y, actualmente, alista su primera novela. Es aficionado al Birdwatching y miembro del inexistente grupo literario Etc.