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Jorge Edwards y un grato medio siglo


José Rodríguez Elizondo. Foto: composición LR
José Rodríguez Elizondo. Foto: composición LR

En países con historias complicadas es reconfortante el link con personajes cercanos. En Chile nos beneficiamos mucho durante el exilio del sabio peruano Luis Alberto Sánchez. Dejó un grato legado de comprensión y alta cultura.

Ojalá suceda lo mismo en el Perú con mi compatriota sureño Jorge Edwards, quien esta semana se nos fue a morir en Madrid a los 91 años. Coprotagonista del boom legendario, diplomático sin pelos en la lengua (vaya rareza) y laureado con el Premio Cervantes. Solo o en collera con Mario Vargas Llosa, fue un campeón de la amistad chileno-peruana. Por ello, el embajador Carlos Pareja lo condecoró en vida y el excanciller Joselo García Belaunde lo acompañó en su último viaje.

Con él forjamos una amistad intelectual de encuentros, que despegó precisamente en el Perú. Era la última semana de julio de 1978 y Enrique Zileri, director de Caretas, acababa de leer su libro Persona non grata, el primero de un escritor de izquierdas que osaba denunciar el talante estaliniano de Fidel Castro. Enterado de que estaba en casa de Vargas Llosa, me comisionó para entrevistarlo. Como Jorge era un conversador profesional, la entrevista mutó en una charla de dos horas sin tregua, de la cual solo pudo publicarse el equivalente a 10 minutos. Apenas una degustación. Casi medio siglo después remastericé la transcripción para efectos de un libro propio. Es el que autopirateo a continuación, en modo extractos, como homenaje a quien fuera uno de los más brillantes intelectuales de América Latina.

El libro que cambió su vida

Conocí a Jorge en París, en 1971, en la oficina del embajador Pablo Neruda. Mientras el poeta me llenaba de encargos para Chile, relativos a indolencias funcionarias, sonó un golpe leve, se abrió la puerta de su despacho y entró un funcionario cuarentón y calvito, con el impecable aspecto de los diplomáticos de Cancillería. Era Edwards, el segundo de la misión.

Cuando se retiró, tras saludarme y despachar papeles de rutina, Neruda me hizo un comentario cómplice: “Es un muchacho magnífico, de los pocos hombres de izquierda que hay en el ministerio”. Agregó que venía llegando muy golpeado de su misión diplomática en Cuba y quería escribir un libro. Para el poeta podía ser problemático para la relación de Salvador Allende con Fidel Castro. Me lo decía por experiencia propia, pues los castristas ya lo habían vapuleado por aceptar homenajes literarios en “el imperio” y en el Perú de Fernando Belaunde. De ahí que “he dicho a Jorge que lo deje reposar y que reflexione bien antes de publicarlo”. Tácitamente, quería leerlo antes.

No hubo tiempo. En diciembre de 1973, el general Pinochet iniciaba su dictadura, el poeta estaba polémicamente muerto y Persona non grata era un exitazo en las librerías del mundo. Jorge saltaba, entonces, de la celebridad parroquial al jet-set literario internacional. Pero, también debió saltar fuera de la cancillería y borrarse de los circuitos de las izquierdas. Partes de su libro disgustaron a los asesores de Pinochet y el libro entero enfureció a los burócratas de Castro.

Censuras unidas

Siete años después, instalados en la biblioteca barranquina de Vargas Llosa, conté a Jorge esa confidencia del poeta. Reaccionó entre sorprendido y entusiasta. Él lo había comentado en sus círculos y muchos reaccionaban con incredulidad: “Eso no lo puede haber dicho Neruda”.

- ¿Qué te habría dicho de haber leído lo que escribiste?
- Posiblemente nunca me habría dicho: “Este es el momento de publicar”.

- Y a ti te parecía urgente.
- Yo quería publicarlo durante el gobierno de la Unidad Popular. Me parecía necesario, pues el gran nudo de la política chilena era el problema de la ultraizquierda, del modelo cubano.

Cuando le comenté que su bombástico libro recién se podía comprar en Chile, Jorge dijo que a los pinochetistas les gustaba mucho, en cuanto lo leían como un ataque a la revolución cubana, pero lo repudiaban por su crítica a la dictadura. Era una asimetría propia de todos los sistemas totalitarios, pero con una diferencia: “En el campo socialista no es siquiera pensable una apertura, mientras que los totalitarismos de derecha siempre terminan por abrirse, por ceder frente a la presión”.

Abundó, entonces, sobre las intrigas y entretelones de su designación en Cuba, como enviado diplomático de Allende. Para Castro no era grato que un amigo del poeta y miembro de la familia Edwards fuera protagonista del primer encuentro oficial entre la revolución cubana y la revolución chilena en ciernes.

Castro no estaba en la luna

De joven, Jorge fue un extremo-caviar y se centroizquierdizó por influencia del comunista Neruda, a quien consideraba más bien socialdemócrata. Pero no quiso militar en el PC por recelo a lo que veía en el socialismo soviético, donde “era muy difícil ser escritor y militante comunista”. Su experiencia poslibro le reveló que esa misma incompatibilidad se daba en los escritores cubanos.

- ¿No pensaste en los escritores chilenos?
- Sí, sobre todo en quienes creían que Cuba era una revolución socialista libertaria. Pensé: “No quisiera yo que en Chile se repitan estas cosas cuando se haya hecho el socialismo”.

- Quizás no habrías podido publicar Persona non grata.
- No solo eso. Con este libro experimenté una cantidad impresionante de dificultades, incluso en las democracias de Occidente. A Octavio Paz nadie quiso escribirle, para su revista, un artículo sobre el libro. Un editor italiano dijo que no podía editarlo, porque no quería tener problemas con Castro. Un editor alemán dijo que no lo editaría, para no hacer el juego de Pinochet.

Ninguno de esos autocensurados conocía los entretelones de la breve (meses) misión de Jorge en La Habana. Prolijamente espiado y hostigado por los agentes de seguridad, pronto se descubriría que conversaba con escritores independientes, críticos o poco revolucionarios —Heberto Padilla entre ellos— y que eso bastaba para formarle un expediente acusatorio.

Por cierto, el montaje final mostraría al “líder máximo” informado solo a posteriori y pidiendo a Allende que le sacara de la isla a un diplomático con amistades tan poco ortodoxas. Dado que hubo un posterior “cara a cara”, supuestamente aclaratorio, entre el líder y el escritor-diplomático, durante un tiempo Jorge creyó que, aunque estaliniana, esa era la secuencia. A ello apuntaron mis siguientes preguntas:

- ¿Sigues creyendo que Castro ignoraba los hostigamientos de sus agentes?
- En este momento yo no creo que estuviera tan en la luna.
- ¿Castro leyó tu libro?
- Yo se lo mandé con una carta, a través del embajador cubano en Madrid.
- ¿Supiste que opinó?
- Nunca me respondió, pero hay algo curioso, que supe por una persona que, a su vez, lo escuchó de (el exjefe socialista chileno) Carlos Altamirano. Entre un amontonamiento de libros, folletos y papeles, este vio mi libro sobre el escritorio de Fidel. Tenía unos papelitos atravesados entre sus páginas. Él, advirtiendo esa mirada, comentó rápido: “Bueno, naturalmente, estos libros yo no los leo”.

José Rodríguez Elizondo. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.