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Veinticinco años no es nada, por Roberto Ochoa

“25 años después, ambos ejércitos deberían unir fuerzas para acabar con un enemigo común: la minería ilegal que arrasa la Cordillera del Cóndor...”.

Parece que fue ayer pero han pasado 25 años desde la última guerra en el Cenepa, y ahora vemos a la mandataria peruana, Dina Boluarte, tirando la casa por la ventana para recibir al presidente electo de Ecuador, Guillermo Lasso. Según la agenda oficial, ambos suscribirán acuerdos bilaterales y luego Lasso recibirá la máxima condecoración del Estado peruano.

En aquellos años, mientras los enfrentamientos se daban en las selvas de la Cordillera del Cóndor, me tocó cubrir todos los preparativos en caso los combates se trasladaran a la frontera de Piura y de Tumbes con Ecuador. Mi abuelo había luchado en esa zona durante el conflicto del año 1941, de la que decía que era la única guerra victoriosa de nuestras FF. AA.

El hecho es que en 1995 nos tocó reportear los simulacros de apagón en caso los radares peruanos captaran vuelos de los aviones ecuatorianos de combate para bombardear la refinería de Talara. Recorrimos esa sucesión de pisos ecológicos que existen a lo largo de la frontera costeña. Visitamos los cuarteles y guarniciones esparcidas en la línea divisoria y, con el ojo avizor del gran reportero gráfico Pepe Vilva, nos ganamos con un espectáculo que parecía extraído de un relato de Juan Rulfo: una procesión de la imagen del Señor de los Milagros (de papel y cartón) que apenas se distinguía en el horizonte de espejismos propios del matorral desértico premontano tropical. Eran pobladores de los caseríos locales que, descalzos, acompañaban en peregrinación al Cristo Moreno para solicitarle el milagro de la paz.

Una noche logramos pasar a territorio ecuatoriano gracias a una colega local y, mientras aplacábamos el calor vespertino con unas cervezas bien heladas, fuimos testigos del paso de todo un convoy militar con camiones repletos de tropas bien armadas, carros militares y hasta cocinas de cuartel. El convoy se dirigía al sur, hacia la frontera con Perú. En esos años no existían teléfonos celulares y la internet era una tecnología casi de salón, así que solo me quedó buscar un teléfono público y, bien caleta, pasar mi información al diario. Con lujo de detalles porque siempre me gustó identificar armas. A la mañana siguiente estábamos a punto de desayunar cuando la colega ecuatoriana nos increpó: “¿Qué hacen aquí? Tu información es portada en La República y te están buscando para detenerte, para acusarte de espía”.

Gracias a ella logramos pasar la frontera y ponernos a salvo. El general EP en Tumbes nos llamó a su oficina para confirmar la información y el armamento que vimos y, de esa charla, surgió una buena amistad que terminó cuando años después murió en un accidente de helicóptero.

Será por eso que siempre visito el monumento a los caídos en esa guerra, ubicado en las afueras del Pentagonito, y pienso que, 25 años después, ambos ejércitos deberían unir fuerzas para acabar con un enemigo común: la minería ilegal que arrasa la Cordillera del Cóndor.