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Política

Las heridas de las protestas contra Dina Boluarte aún no se cierran

La Joya en Arequipa fue uno de los focos de las protestas contra el gobierno actual. La República conversó con tres heridos a quienes las balas afectaron dramáticamente sus vidas. Dos están discapacitados como consecuencia de la represión policial. Ellos precisan que no participaban en las movilizaciones sociales de enero pasado.

Giovanni Macedo recibió un balazo en el glúteo que le quitó movilidad en las piernas. Bernardino está discapacitado del brazo y a Reynaldo le cayó bala perdida.  Foto La República
Giovanni Macedo recibió un balazo en el glúteo que le quitó movilidad en las piernas. Bernardino está discapacitado del brazo y a Reynaldo le cayó bala perdida. Foto La República

El brazo izquierdo de Bernardino Catasi Visa, 37 años, casi no le sirve. Usa un cabestrillo para sostenerlo. El Consejo Nacional para la Integración de la Persona con Discapacidad (Conadis) le otorgó el 2 de agosto su carné por discapacidad. Un proyectil ingresó por la zona de su omóplato y salió a la altura de su hombro izquierdo. El 22 de enero de 2023, el país era una caldera por las protestas contra el gobierno de Dina Boluarte, a quien le pedían la renuncia. Ese día, a las 14.20 horas, hubo enfrentamientos en La Joya, distrito ubicado a 45 minutos de la ciudad de Arequipa.

Policías y militares defendían un intento de toma de la comisaría, en los alrededores de la plaza del sector El Triunfo ( La Joya).

Un impacto de bala le destrozó su hueso húmero. “Sentí como una inyección. La gente decía: ‘no disparen por favor’. Me empezó a salir bastante sangre y la gente corría (…) Desesperado le dije a un joven que me haga un torniquete. Fui hasta la Panamericana (Sur) y un carro me llevó a la posta”, relata Bernardino sobre esos hechos de violencia.

Bernardino aclara que no participaba de las protestas. Regresaba a casa, luego de cuidar un almacén. Por la gravedad de sus heridas, al electricista lo enviaron al hospital Honorio Delgado Espinoza. Toda esa noche, relata, la pasó en el pasillo a la espera de atención. Algunos trabajadores y médicos del nosocomio lo acusaban de revoltoso. “Me sentía impotente, solo me quedaba llorar. Voy a perder mi mano me decía, porque se ennegrecía por el torniquete”, recuerda.

Tres días después, lo operaron y extrajeron un resto de bala. Según el informe médico, el proyectil afectó su nervio radial, bisagra para maniobrar codo, muñeca y dedos. Los galenos le dijeron que con suerte podría recuperar el 40% de la movilidad.

A Bernardino lo encontramos en su casa, cuida a una de sus hijas, Kiara de 3 años. No puede sostener la mayoría de cosas con su mano izquierda, menos un alicate o un cable. Desde enero no trabaja. Su esposa, Karina Ancco Arapa, asume los gastos de casa. “Era sustento de mi familia, pagaba mi préstamo. Desde enero no coopero en absolutamente nada. Toda mi vida se ha estancado, mis proyectos se han ido al agua. Veo a mi esposa y a mis hijas y solo me queda llorar”, declara.

El electricista nos muestra el lugar donde fue herido, a una cuadra de la plaza El Triunfo. En la esquina de la calle contraria se ubica la tienda de Enrique Merma, que recibió múltiples impactos. Merma muestra casquillos y balas, además de los agujeros que dejó en su puerta, pared y vidrios. “Vi a los policías desde el poste disparar por disparar. Mi vida corrió peligro. Mi esposa presentó la denuncia, pero no pasa nada”, reclama.

No puede caminar

Apoyado en muletas Giovanni Macedo Cerrato de 29 años, nos recibe en la puerta de su casa, ubicada en el ingreso al distrito de La Joya. Debe ir al hospital Honorio Delgado para seguir un tratamiento en traumatología, pero no hay quien lo ayude a viajar. “Estuve peor”, relata.

Primero no podía moverse de la cama, luego pudo movilizarse en silla de ruedas. Desde junio usa muletas, antes lo llevaba su padre, pero falleció en un accidente. “Si siguiera vivo, me hubiera llevado a Arequipa”, lamenta. Cerca de las 13.40 horas de ese 22 de enero, Giovanni recibió el impacto de bala en la Panamericana Sur, a dos cuadras de la comisaría.

Recuerda que fue a El Triunfo junto a su esposa para comprar comida para sus animales, cuando vio una aglomeración de protestantes y, de pronto, empezaron a caer bombas lacrimógenas. Mientras corría, un proyectil ingresó por su glúteo derecho y salió por la zona inguinal. “Sentí un estallido en la pierna, aún estaba consciente, quise levantarme, pero ya no pude”, sostiene.

La bala dejó expuesta y hecha trizas la zona superior de su fémur. El albañil fue conducido al Honorio Delgado donde le tomaron radiografías, el personal médico lo tildaba también de revoltoso. Después de dos semanas lo operaron. “Los médicos me han dicho que no voy a recuperar al 100% la movilidad, que voy a cojear”, indica Giovanni.

Desde el grave atentado contra su vida, el obrero se siente una carga familiar. Su esposa, Erika, también obrera, mantiene el hogar. Su hijo de 10 años y su hermana lo ayudan. El herido pide justicia y lamenta que no haya remedio para su caso. “Mi familia no es la misma, me han malogrado la vida”, asiente.

Saldos

Catorce fueron los lesionados aquella tarde, seis por arma de fuego. Mientras que 22 efectivos presentaron contusiones por piedras y a siete los trasladaron a la Sanidad. Un grupo de manifestantes capturó a un policía, amenazó con quemarlo si no liberaban a cuatro detenidos. Antes que se desbocara esa violencia, Reynaldo Condori Callo, también recibió un disparo. Estaba lejos, a cuatro cuadras de la comisaría, alejado de los enfrentamientos; una bala ingresó por la parte izquierda de su abdomen y le fracturó la costilla. “Gracias a Dios no me afectó ningún órgano. Pudo llegar al pulmón. La costilla me ha salvado y desviado el disparo”, refiere Reynaldo.

 Reynaldo es electricista. Estaba trabajando en una empresa de soldadura en La Joya donde vive con su pareja. Para evitar problemas con los manifestantes, su centro laboral cerró temprano y, mientras se dirigía a casa, pasadas las 14.00 horas, le cayó una "bala perdida". Estuvo dos semanas internado en EsSalud de Arequipa para que le extraigan el proyectil. Sostiene que demoraron en operarlo porque se negó a declarar. “No puedo hacer movimientos rápidos o agacharme bruscamente. El abdomen me duele y la parte de la costilla también. No puedo hacer trabajo brusco o pesado, tiene que ser liviano”, señala. Reynaldo admite que nunca volverá a ser el mismo.

Redactor de la edición sur de La República. Estudió en la Universidad Nacional de San Agustín (UNSA) de Arequipa. Trabaja en medios hace 10 años, con mayor interés en las crónicas.