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Sociedad

Las costumbres de los puneños en la fiesta de Todos los Santos

La celebración es resultado del sincretismo de las tradiciones ancestrales y elementos cristianos que se incorporaron con la llegada de los españoles. En Puno la celebración es comparable con la fiesta de los muertos en México.

Tómbolas son armadas en las casas de los difuntos. Allí se espera su llegada. Foto: La República
Tómbolas son armadas en las casas de los difuntos. Allí se espera su llegada. Foto: La República

Para la iglesia católica, la fiesta de Todos los Santos se conmemora el 1 de noviembre. Fue establecida por el Papa Gregorio III, en honor a los religiosos santificados por su obra extraordinaria. Mientras que el día 2, se rememora a los muertos que han superado el purgatorio. En el departamento de Puno, estas fechas se dedican a los difuntos. Se realiza una serie de rituales para recibir a las almas que visitan a sus seres queridos una vez al año. Para su recibimiento, se prepara una tómbola o altar con ofrendas, y en los cementerios, los responsos (rezo para los difuntos) gozan de cierta peculiaridad.

El historiador e investigador René Calsín Anco, relata que los orígenes de estos rituales se remontan a la invasión hispana, antes de la colonia. Se ha combinado con parte de la ritualidad andina, que desde tiempos ancestrales rendía culto a los muertos. Prueba de ellos son los fardos funerarios o chullpas que existen en las 13 provincias de la región.

El historiador explica que el culto a los muertos se empodera en el auge de los reinos aimaras. Cuando llegan los hispanos traen sus tradiciones y las programan de acuerdo al calendario gregoriano. Para el antropólogo Henry Flores Villasante, la ritualidad a los difuntos data del periodo arcaico, hace más de 6 mil años atrás. La evidencia está en las ofrendas que se acoplaban a las momias. En el incanato, inclusive algún dignatario era paseado en procesión. Compartir comida y música son elementos que se expresan en la actualidad.

La tómbola

En cuanto a las tómbolas, estas son una especie de altar que se arma en la casa del difunto, principalmente, cubiertas con tela negra. En estas se colocan ofrendas para el difunto como flores, velas y agua bendita. Se suele servir los platillos que en vida eran del deleite del fallecido, acompañados de una serie de figuras de pan y dulces, cada uno con un significado específico para la llegada del “alma bendita”.

De acuerdo a la simbología establecida, el principal protagonista es la “Tantawawa” (pan en forma de bebé) que representa al difunto. Las palomas representan al espíritu santo, la cruz, a Jesucristo salvador; y la escalera es el medio por el cual el “ajayu” (vocablo aimara que hace alusión al alma del fallecido) baja del cielo.

Entre otros elementos colocados en la mesa también están el pan de caballo, que es el encargado de transportar las ofrendas cuando el alma del difunto retorne al más allá; la llama, que es el medio de transporte para las almas y el bizcochuelo en forma rectangular, que representa el ataúd.

La llegada de las almas

Antes de armar los altares, los nichos de los difuntos deben ser arreglados para que sus seres queridos les den un digno recibimiento. De acuerdo a la creencia de popular, las almas llegan al mediodía del 1 de noviembre para degustar el banquete que les sirvieron en la tómbola.

En el transcurso de la tarde y la noche, familiares, amigos y conocidos visitan la casa del fallecido, la misma que deberá estar señalada con un listón negro en la puerta. Ellos realizan oraciones y cánticos, y en agradecimiento se les ofrece galletas, panes, ponche, entre otros.

Al día siguiente se cumple con el despacho de las almas. Se cree que el alma del difunto partirá al mediodía llevándose las ofrendas en su honor. Esta costumbre es practicaba obligatoriamente por tres años consecutivos al fallecimiento del ser querido.

El antropólogo Flores Villasante explica que en algunas zonas rurales se sanciona no cumplir con esta costumbre, porque se cree que las almas protegen a los vivos y están velando por la comunidad.

Comunicadora social egresada de la Escuela Profesional de Ciencias de la Comunicación Social de la Universidad Nacional del Altiplano, con más de siete años de experiencia en periodismo en prensa escrita y producción radial. Redactora de La República edición Sur.