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Silvio, Donald y su clan, por Ramiro Escobar

“Berlusconi fue un pionero del populismo de derechas en el planeta, que en tiempos más recientes ha alumbrado a otros gobernantes vitriólicos”.

Pocos días antes de que Donald Trump se presentara en un tribunal de Miami para responder por qué se llevó a su mansión de Mar-a-Lago documentos clasificados (que tiene arrumados en un cuarto), ha querido el destino que fallezca Silvio Berlusconi, el díscolo ex primer ministro italiano. El hombre que puso de cabeza la política italiana a punta de picardía.

Había sido en su juventud cantante en cruceros, pero luego creó un imperio mediático y empresarial, al que le agregó el infaltable cable político. Reformó la justicia —desde su cargo y con nutrido apoyo popular— para no caer en prisión; promovió orgías con menores de edad; estuvo vinculado a mafiosos; compró políticos y testigos sin recato alguno.

Era un literal bribón y, sin embargo, fue primer ministro de Italia (entre 1994 y 2011) y hasta presidente del Consejo Europeo, uno de los órganos de la UE en el 2003. ¿Cómo se explica que haya alcanzado tanto poder, votos e incluso reconocimiento internacional? La respuesta, quizás, no está solo en el personaje sino, también, en el mar social donde navega.

Era un personaje que, como Trump, conectaba con un modo de ser y de estar en el mundo. Acaso desataba una pasión aspiracional de querer ser “como él”, algo que sugiere —a contracorriente de lo que generalmente se piensa— que incluso en los países más “desarrollados” un personaje de este tipo puede hacer política apelando a pulsiones irracionales y básicas.

Berlusconi fue un pionero del populismo de derechas en el planeta, que en tiempos más recientes ha alumbrado a otros gobernantes vitriólicos, como Trump y como Jair Bolsonaro. Pero, como señala el colega Francesco Tucci, al lado de ‘Il Cavaliere’ Trump “es un novato”, alguien que tendría que hacer muchas más tropelías para emular al padre inspirador.

Tucci también ha recordado la amistad del ex primer ministro nada menos que con Vladimir Putin, con quien se prodigaba en regalos y reuniones. Asimismo, fue amigo y hasta socio (en una empresa mediática) de Muamar el Gadafi, de quien se apenó por la revuelta que, en el 2011, tuvo que enfrentar el exdictador libio. Hay algo que une a este clan de ayer y hoy.

Se puede reconocer que Berlusconi no dio un golpe de Estado, ni era un militarista desatado. Pero sí era alguien que pensaba que los intereses de su país coincidían con los suyos, tal como suele evidenciar Trump; y que cuando fue cuestionado enarboló el fantasma de la caza de brujas. Un viejo y cansado truco que usan no pocos gobernantes en problemas.

Este tipo de animales políticos podrán reivindicar a algunos excluidos, aunque a la vez alientan la curiosa utopía de que se puede andar así por el mundo: viviendo entre lujos, acumulando poder, escabulléndose de la justicia. Berlusconi ha tenido un solemne funeral de Estado, al que han asistido cerca de 20 mil personas, algunas quizás agradecidas por esa penosa lección.

Ramiro Escobar

Meditamundo

Lic. en Comunicación y Mag. en Estudios Culturales. Cobertura periodística: golpe contra Hugo Chávez (2002), acuerdo de paz con las FARC (2015), funeral de Fidel Castro (2016), investidura de D. Trump (2017), entrevista al expresidente José Mujica. Prof. de Relaciones Internac. en la U. Antonio Ruiz de Montoya y Fundación Academia Diplomática. Profesor de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Fundación Academia Diplomática.