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Todo queda en ilusión si no hay inversión, por Miguel Palomino

“Hay quienes piensan que inversión es algo que hacen unos cuantos ricos, pero están muy equivocados. Inversión es algo que hacemos casi todos en nuestro día a día”.

En esta columna hablamos con frecuencia del crecimiento económico. Me perdonarán los lectores la insistencia en el tema, pero, como decía el exministro de Economía Waldo Mendoza, ‘salvo el crecimiento, todo es ilusión’. Este dicho indica que el objetivo de todo economista debe ser el crecimiento sostenible, que es lo único que asegura el bienestar de la población en el largo plazo.

Podrá haber diferencias sobre cómo se logra el crecimiento, pero en lo esencial es clarísimo. Tiene que haber inversión creciente (incluyendo inversión en capital humano) con la cual se aumente el empleo y los ingresos de los trabajadores de manera permanente.

Hay quienes piensan que inversión es algo que hacen unos cuantos ricos, pero están muy equivocados. Inversión es algo que hacemos casi todos en nuestro día a día. Lo hacemos al decidir sobre la educación de nuestros hijos (inversión en capital humano), al decidir si vamos a comprar más maracuyás para nuestro puesto de bebidas, al buscar un trabajo que nos permita entrenarnos para otro mejor (de nuevo, capital humano) o al optar entre plantar papas u ollucos. Todas son formas de invertir.

Resulta entonces relevante preguntarnos qué nos llevaría a invertir más. La respuesta para cualquier inversionista es la misma: la expectativa de que invirtiendo vamos a poder generar más ingresos para poder vivir mejor.

Si agregamos cada inversión individual en todo el Perú, es claro que, para que exista la intención de invertir, será necesario que el país esté en permanente crecimiento, más bien, que exista la expectativa de que el país estará en permanente crecimiento.

Eso es lo que habíamos logrado en el Perú como resultado de mucho esfuerzo y constancia. Aunque dos décadas de crecimiento son capaces de generar grandes expectativas, no pueden hacerlo indefinidamente cuando nos topamos con la realidad y el crecimiento no existe. La confianza en que el Perú siempre crece a tasas elevadas se fue perdiendo gradualmente hasta que llegó la pandemia y finalmente, con el desastroso Gobierno de Pedro Castillo, se desvaneció. Gianfranco Castagnola, presidente de Apoyo Consultoría, lo dijo bien en una reciente entrevista: “Lo que más nos robó Castillo fue el sentido de futuro del país”.

Si queremos convencer a los inversionistas de que el Perú es nuevamente capaz de crecer a tasas elevadas, tendremos que demostrárselo por muchos años; y, si eso ocurre, será por haber hecho las cosas muy bien durante mucho tiempo. No es imposible, pero sí es muy difícil lograrlo.

Todo esto nos lleva a hablar de cuál es la expectativa actual de la capacidad del Perú para crecer en el largo plazo. El Ministerio de Economía, por ejemplo, lo estima en un optimista 3% en el recién publicado Marco Macroeconómico Multianual. Aun así, la cifra de 3% dista mucho del crecimiento estimado de entre 5% y 6% que el Perú tenía antiguamente y que fue lo que nos permitió el logro extraordinario de sacar de la pobreza a casi un tercio de la población.

El Banco Mundial estima que el 85% de la disminución en la pobreza se explica por la creación de empleos que se dio gracias al crecimiento económico. La mayoría del restante 15% fue logrado mediante programas sociales del Estado, los cuales fueron financiados por un presupuesto público que se multiplicó por cuatro gracias al crecimiento económico. En otras palabras, el crecimiento económico explica la casi totalidad de la disminución en la pobreza.

Lamentablemente, con un crecimiento (optimista) de 3% al año apenas se podrá reducir la pobreza marginalmente. Dado que reducir la pobreza debiera ser el objetivo central de cualquier Gobierno, queda claro que es indispensable crecer a tasas elevadas. Esto se logrará solo permitiendo que las ilusiones de cada pequeño inversionista se conviertan en realidad en un país donde todos puedan prosperar.

larepublica.pe
Miguel Palomino

De La Oroya. Economista y profesor de la Universidad del Pacífico y Doctor en Finanzas de la Escuela de Wharton de la U. de Pennsylvania. Pdte. del Instituto Peruano de Economía, Director de la Maestría en Finanzas de la U. del Pacífico. Ha sido economista-jefe para AL de Merrill Lynch y dir. gte gral. ML-Perú. Se desempeñó como investigador GRADE.