El regreso político de Alberto Fujimori, por Rosa María Palacios

“A Fujimori (...)no volveremos a verlo hacer política por un tiempo. Se juega su regreso a Barbadillo y la cuarta campaña electoral de Keiko”.

Es presumible que una persona, alejada por mucho tiempo de las multitudes que lo aplaudieron, las extrañe. Los políticos viven de la energía que fluye de sus simpatizantes hacia ellos y Alberto Fujimori no es la excepción. Nunca fue un gran orador y si llenó plazas fue siempre dentro del contexto de las tres campañas electorales en las que participó. Sin embargo, sí desarrolló un modelo de comunicación política que le resultó muy eficaz. Fujimori descendía del helicóptero y la pequeña obra se hacía. Esa comunicación presidente–pueblo no tenía intermediarios. Desdeñando la posibilidad de construir un partido (usó diferentes membretes en cada elección) debilitó, durante 10 años, el sistema de partidos con las consecuencias nefastas que hoy padecemos.

El populismo y el clientelismo de Fujimori y su trato sencillo en un castellano donde no podía concordar muchas veces género y número, le rindió enorme fruto. Supo manejar los medios de comunicación, a punta de coimas a casi todos los que le interesaban. Así, Fujimori padre ganó tres elecciones (con todas las trampas y fraude en el año 2000). Un récord que contrasta con su hija que perdió tres segundas vueltas. Hay además un sector ‘albertista’ que guarda simpatía por el padre, que no necesariamente guarda por la hija.

Fuerza Popular hizo una evaluación de su primera derrota el 2011 y llegó a la conclusión que asumir los pasivos del padre preso en Barbadillo desde el 2007 por graves violaciones a los derechos humanos (asesinatos del Grupo Colina, secuestros de Gorriti y Dyer) y allanado en los procesos por corrupción, los llevó a perder la segunda vuelta. Keiko Fujimori llegó a hablar de una pesada mochila que no era suya. Para el 2016 la consigna fue desaparecer a Alberto. Pero la ‘desalbertización’ tampoco funcionó. Lo que vino después ya no son los pasivos del padre, sino los de la hija que ella misma construyó, tal vez mal asesorada, tal vez como fruto de sus propios demonios.

Kenji Fujimori construyó una imagen de hijo bueno, luchando por la libertad de su padre al riesgo de cometer delitos (por ello tiene hoy una condena suspendida), mientras que Keiko se convirtió en la hija mala y codiciosa por el poder que, picona por su derrota, no le aceptaba un indulto a Kuczynski, de quien se vengó obligándolo a renunciar y persiguiendo a su hermano hasta botarlo del partido, del Congreso y de su vida. La persecución y acoso a PPK ha sido su peor error político porque él representó al mismo espectro ideológico de votantes que ella. Ese mismo año terminó presa y en el 2021 no pudo ganar una elección contra el peor candidato que ha existido en una contienda electoral.

Hoy en día, Keiko Fujimori ha minimizado sus apariciones (lo hace habitualmente entre campañas), pero, sobre todo, las ha banalizado en TikTok, compitiendo con su exmarido en quién hace la payasada del día. ¿Eso le va a funcionar para el 2026? Lo dudo. Por eso, escuchar a Alberto Fujimori hablar en términos políticos esta semana fija una valla muy alta para su hija. ¿Fue planeado por ella? ¿Solo por él? ¿Por ambos? No se sabe. Lo que sí es evidente es que el reportero de Willax no pasaba casualmente por el Jockey Plaza. Fue avisado de presentarse ahí y hacer las preguntas que hizo. Fujimori padre, una semana antes, saliendo de la Clínica Centenario, se negó a hacer declaraciones políticas señalando que estaba alejado de esta hace mucho tiempo. Algo cambió de una semana a otra.

Lo cierto es que a Alberto Fujimori se le vio cómodo, sonriente y relajado tomándose fotos con los transeúntes. Sus declaraciones soltaron dos bombas. Fuerza Popular y el fujimorismo (señaló a ambos, siendo el fujimorismo una entidad más amplia que FP) habían acordado sostener a Dina Boluarte hasta el 2026. Lo segundo, fue una defensa de la eficacia de Montesinos en las operaciones de inteligencia, minimizando sus robos y atribuyéndolos a que “se mareó” con el dinero.

Lo primero, el pacto de facto, no es una novedad para quienes seguimos la política peruana. Dina dura por obra y gracia de Keiko Fujimori, César Acuña y Rafael López Aliaga. Pero se mantiene, sobre todas las cosas, porque si se va ella, se va todo el Congreso. Lo segundo, sobre Montesinos (que sale libre el 2026 y que se declaró culpable en el caso Pativilca) resulta extraño. Un reconocimiento de la utilidad de un Montesinos culpable de asesinatos, convierte a Fujimori en un exaltador de las virtudes de su cómplice. Eso, solo lo condena.

Sin embargo, ex post, fue la lectura desde la cúpula de Fuerza Popular sobre este incidente la que parece ser muy negativa. Miguel Torres, Martha Moyano y Patricia Juárez salieron a hacer malabares para desmentir al padre, sin desacreditarlo por completo, porque sería igualmente contraproducente. El partido socio del gobierno asume los pasivos de este y, en el caso de Dina Boluarte, la lista es larga y la popularidad, inexistente. Si se ve el evento en la perspectiva electoral del 2026, el daño puede ser grande.

Pero la respuesta más contundente vino del propio gobierno. Otárola aseguró que no existe pacto alguno. Una forma políticamente segura de afianzar la alianza sin perjudicar a los aliados, pero la amenaza directa a Fujimori padre fue poco sutil: “El expresidente Fujimori ha brindado declaraciones y lo que desearíamos desde el Poder Ejecutivo es que siga cuidando su salud, porque es una de las razones por las que entiendo los jueces han concedido el indulto”. A pedido de Fuerza Popular o a iniciativa propia, Otárola le hace un favor a Keiko Fujimori sacando a su papá de escena y le recuerda que tiene un indulto precario. Nótese que dice que el indulto se lo han dado los jueces y no el Poder Ejecutivo, lo que es falso porque solo un presidente puede indultar. Lo que sucede es que tres jueces del Tribunal Constitucional han prevaricado, contraviniendo un mandato expreso de la Corte Interamericana. En pocos días el Estado peruano debe defender su conducta ante la OEA. Otárola tiene que hacerlo, porque es parte del pacto, pero ¿cómo defender un indulto humanitario por graves razones de salud que tienen en peligro de muerte a un reo si el indultado se pasea por un concurrido y lujoso centro comercial haciendo declaraciones políticas?

Por el momento, Fujimori de 85 años y gozando de muy buena salud, está de regreso en casa de su hija y no volveremos a verlo hacer política por un tiempo. Se juega su regreso a Barbadillo y la cuarta campaña electoral de Keiko. Sin medir las consecuencias, debe de haber disfrutado volver.

Rosa María Palacios

Contracandela

Nació en Lima el 29 de Agosto de 1963. Obtuvo su título de Abogada en laPUCP. Es Master en Jurisprudencia Comparada por laUniversidad de Texasen Austin. También ha seguido cursos en la Facultad de Humanidades, Lengua y Literatura de laPUCP. Einsenhower Fellowship y Premio Jerusalem en el 2001. Trabajó como abogada de 1990 a 1999 realizando su especialización en políticas públicas y reforma del Estado siendo consultora delBIDy delGrupo Apoyoentre otros encargos. Desde 1999 se dedica al periodismo. Ha trabajado enradio, canales de cable, ytelevisiónde señal abierta en diversos programas de corte político. Ha sido columnista semanal en varios diarios.