Cuidar, por Paula Távara

“Esa insolidaridad con quien sufre, esa inmensa distancia con una sociedad de ‘cuidadanos’, es un signo de la debilidad de nuestra comunidad política y del individualismo”.

La convivencia social que implica el ser comunidad política requiere, entre otras cosas, de que seamos capaces de asumir actitudes de empatía y de solidaridad. No son perfectas ni esa convivencia ni esas cualidades, pero son necesarias para ser capaces de llegar a acuerdos de entendimiento que nos incluyan a todos y todas y permitan por tanto la paz social. Esas actitudes van de la mano también con la preocupación por el cumplimiento de los derechos para las personas que convivimos como sociedad. Base importante de los derechos con los que contamos son los denominados derechos humanos.

Todavía sorprende tener que recordar esto en pleno siglo XXI, pero lo cierto es que lo mínimo que debemos exigir a nuestros Estados es la protección y garantía de estos derechos, ese cuidado de sus ciudadanos y ciudadanas. Lo pedimos a nuestros Gobiernos cuando exigimos servicios de salud óptimos, escuelas adecuadas, contar con registros de identidad eficientes, protegernos de la violencia, entre otros. Y solemos estar de acuerdo en que esos mínimos deben cumplirse.

Contar con Estados que cuiden realmente a su ciudadanía requiere también que la ciudadanía asuma con convicción que esos cuidados son centrales en nuestro pacto de convivencia y que debemos hacer esfuerzos porque se cuide a todos quienes requieren esa protección. Incluso si dadas las circunstancias estas personas no son parte inicial de la comunidad política a la que pertenecemos. En ese sentido, se trata quizás de que seamos capaces de ser ciudadanos y también ‘cuidadanos’: personas preocupadas porque la política y las políticas garanticen respeto y protección de derechos.

Ocurre, sin embargo, que parece costarnos como colectividad compadecer (padecer con el otro) a quien sufre. En esta polarización forzada en la que nos han pretendido encasillar, el otro/la otra es objeto de desconfianza antes que un ser humano a quien cuidar. Estos últimos días nos hemos encontrado frente a frente con una muestra crítica de la crisis humanitaria y migratoria que vive el continente: migrantes de diferentes países durmiendo en el desierto fronterizo de Tacna. Seres humanos que, antes que nada, requieren protección y cuidado y, en lugar de ello, se han visto confrontados con fuerzas policiales y militares de dos países.

Aún entendiendo la precariedad de la situación económica y laboral de nuestro país, se hacen necesarias medidas humanitarias desde el Estado para atender la situación. Pero, además, resulta profundamente cuestionadora la facilidad con que algunas personas, y más de un político, hablan de estos migrantes forzosos (las condiciones de vida de sus países les hicieron sentir que no podían permanecer más allí) tildándoles de delincuentes y llamando incluso a dispararles.

Esa insolidaridad con quien sufre, esa inmensa distancia con una sociedad de ‘cuidadanos’, es un signo de la debilidad de nuestra comunidad política y del individualismo que el modelo de desarrollo que hemos vivido ha propagado. También es clara muestra de cómo el uso de los migrantes como chivo expiatorio de determinados grupos políticos ha terminado por desfigurar la humanidad que hay en ellos de cara a la ciudadanía.

No hay excusa, ninguna, para que se niegue cuidado y protección a quienes piden ayuda en una situación de plena indefensión. Las estrategias para protegernos de quienes pudiesen representar un riesgo deben adoptarse por parte de quienes tienen ello a su cargo, pero ello no puede estar por encima de la protección a estas poblaciones vulnerables. Si queremos cambiar en algo la situación en que venimos viviendo como colectividad política, en algo más que maquillaje y macroeconomía, aprender a solidarizarnos con quien lo necesita es esencial. Sin solidaridad, sin cuidarnos ampliamente, no hay comunidad política posible.

Paula Távara

Politóloga, máster en políticas públicas y sociales y en liderazgo político. Servidora pública, profesora universitaria y analista política. Comprometida con la participación política de la mujer y la democracia por sobre todas las cosas. Nada nos prepara para entender al Perú, pero seguimos apostando a construirlo.