La reina Dina: lujo y poder, Paula Távara

“No tiene capacidad moral para gobernar un país democrático quien se ha servido de todos los medios posibles, incluida la suntuosidad, para ejercer el poder de modo autoritario”.

Los recientes acontecimientos respecto del ya mundialmente famoso Rolexgate de Dina Boluarte me permiten abordar en estos párrafos un tema que me parece de gran importancia e interés, pero que pocas veces es tomado en cuenta en el análisis de los actores políticos en el país: la ideoestética.

Más de una persona estará preguntándose si la de la estética no es una entrada “frívola” a lo que a todas luces sería un probable caso de corrupción o lavado de activos por parte de quien hoy ocupa Palacio de Gobierno. Considero más bien que esta entrada no hace sino sumar argumentos de carácter a la incapacidad de la señora Boluarte para gobernar el país.

Recordemos que para lavar activos de la corrupción, sus antecesores en estas mañas emplearon cuentas offshore en Gran Caimán y otros paraísos fiscales, adquirieron propiedades inmobiliarias o crearon empresas fantasmas a las que endilgar sus comisiones de la corrupción en forma de ganancias.

También más de uno supo contar con un testaferro; es decir, alguien que se prestara para adquirir bienes o hacer negocios en su nombre. Para cada temporada de corrupción nacional, nuestros gobernantes contaron con un coprotagonista: su propio wayki de confianza.

Sin rehusar la posibilidad de que Boluarte pudiese usar también alguno de estos mecanismos (o todos ellos), la pregunta sigue siendo ¿por qué eligió los relojes de oro y las joyas con diamantes? ¿Por qué, en el país de las “loncheras”, los “tamalitos”, las casas a nombre de la suegra, los cajones de dinero en efectivo, Boluarte eligió las marcas de renombre y el brillo por doquier, tan visible y evidente? No, no fue por pura vanidad.

Aquí entra en juego la ideoestética. Este concepto hace referencia a la vinculación entre las ideas que tenemos, o que decimos tener, y el estilismo que cada uno de nosotras y nosotros lleva y cómo esta combinación nos presenta ante las demás personas.

Patrycia Centeno, de quien ya antes en esta columna me he declarado seguidora absoluta, señala en Política y moda: la imagen del poder (ed. Península, 2012) que “cuando escogemos una prenda o un abalorio, nos estamos definiendo y describiendo ante los demás”.

Esto cobra vital importancia cuando de políticos, políticas y gobernantes se trata, por lo que quien frente a la presunta seriedad de la política considere la ropa o el estilismo una banalidad peca de ceguera parcial. Y es que, como bien señala Centeno, “la indumentaria de nuestros gobernantes resulta vital para captar la totalidad del mensaje político”.

Así, la imagen no es solo una herramienta de la comunicación política, sino que es a menudo uno de los reflejos más claros de la personalidad real del político y —como los otros aspectos de la comunicación no verbal— es más difícil de moldear que el discurso y la oratoria. Así “ningún político puede permitirse quedar al margen de cómo vestir sus ideas”, y ese vestir nos dice de ellos y ellas mucho más que las palabras.

Retornemos por un momento a las ideas de Boluarte. A sus ideas sobre gobernar y sobre su Gobierno, específicamente.

Boluarte juró que gobernaría “hasta el 28 de julio de 2026”: en medio de una gravísima crisis política, pretendía completar su mandato, pese al pedido de nuevas elecciones que, para el momento de su asunción de mando, llevaba meses gestándose.

Luego, expresiones como “¡aquí estamos, firmes y fuertes!, a mí nadie me va a amedrentar” y “¿cuántas muertes más quieren?” fueron las que eligió para referirse a quienes se manifestaban contra ella en diversas ocasiones, recordándonos que era responsable política de la muerte de casi 50 personas producto de la represión a las protestas antigubernamentales.

Luego, más recientemente, Boluarte se declaró “la mamá de todos los peruanos”.

Sus expresiones verbales, pues, iban diciéndonos que para ella el poder es mano dura y se toma para no soltarlo. El poder no es diálogo, es ser padre/madre que ordena y manda “para bien de los hijos”.

¿Qué clase de ejercicio democrático del poder se expresa así? Ninguno. Podríamos inferir de esto (y de tantas otras palabras que no alcanzamos reseñar aquí) que la señora Boluarte entiende el ejercicio del poder gubernamental no desde el republicanismo sino desde el pensamiento absolutista y autoritario. ¿Y cuál es el mayor referente de un poder absoluto y totalitario? La monarquía.

¿Y qué caracterizó ideoestéticamente (y en ocasiones sigue haciéndolo) a las monarquías? La corona. Y las joyas de la corona.

Expresiones visibles de una riqueza y posición social imposible para los súbditos, las joyas de la corona son clara representación de la superioridad de un poder eterno ungido por Dios.

Es esto lo que fuimos percibiendo casi desde el inicio de su Gobierno quienes miramos más que oímos. Boluarte recostada en grandes sofás de pan de oro. Boluarte haciendo que le extiendan alfombra roja de terciopelo al bajar del avión presidencial en un aeropuerto vacío. Boluarte con un Rolex mientras participa en actividades de Pensión 65 con ancianos en pobreza. Y, por supuesto, aquella foto ya hoy famosa del Rolex en la muñeca de Boluarte sobre la silueta de uno de los tantos cerros limeños que albergan las precarias viviendas de sus súbditos.

Hasta que, al final, lo no verbal se verbalizó. En una conferencia de prensa en la que, cajita de ‘bijouterie fina’ en mano, Boluarte pretendía limpiar su imagen, su excusa la retrató: “Respecto de los relojes… quizás en el ánimo de querer representar bien a mi país, me llevaron a aceptarlos”. Sean préstamo, coima o lo que sea, para Boluarte las joyas suntuosas son necesarias para presentarse como imagen de poder.

 “No es de extrañar que la negativa percepción generalizada que disponemos últimamente de los representantes públicos esté motivada también por su falta de caracterización como personas respetables”. ¿Cómo se ve una persona respetable? ¿Es el lujo y la suntuosidad la forma de expresar la respetabilidad de un gobernante democrático? La respuesta a esto es un no rotundo. Un no que se hace más claro cuando los medios de la obtención de ese lujo son de dudosa procedencia y no hacen sino agrandar las dudas sobre la respetabilidad de quien las lleva. Y sin respetabilidad, el gobernante no tiene legitimidad.

No tiene capacidad moral para gobernar un país democrático quien se ha servido de todos los medios posibles, incluida la suntuosidad, para ejercer el poder de modo autoritario. No tiene capacidad moral para gobernar el país quien se sirve de él para alimentar sus deseos y ambiciones personales, incluyendo las de joyas y relojes.

Y es que ya lo dijo Patrycia Centeno, “los nuevos tiranos procuran ser algo más originales (que los dictadores de antaño con traje militar), aunque sus fastuosas excentricidades siguen desenmascarándolos”.

Pero sobre quienes están dispuestos a sostenerla en el poder, a pesar de todo esto, será motivo de otra columna.

larepublica.pe
Paula Távara

Politóloga, máster en políticas públicas y sociales y en liderazgo político. Servidora pública, profesora universitaria y analista política. Comprometida con la participación política de la mujer y la democracia por sobre todas las cosas. Nada nos prepara para entender al Perú, pero seguimos apostando a construirlo.